Nuestro periplo por Irlanda del Norte terminó en el maravilloso amanecer descrito en el anterior artículo. Tocaba cambiar de lugar y movernos hacia la comarca de Galway, iba a ser nuestro desplazamiento más largo del viaje, y aún por encima lo complicamos más.

Nuestra idea inicial era parar en unas tres zonas antes de llegar a la región de Connemara, que era dónde íbamos a pasar la noche. Cuando preparamos la ruta del viaje, en casita tan tranquilos, teníamos tiempo de sobra para todo. Pero ya el día anterior, empecé a jugar un poco con cálculos de tiempo del GPS y le comenté a mis compañeros que las cuentas no me estaba cuadrando.

De todas formas, después de fotografiar el amanecer, dormir unas horas, y desayunar, empezamos hacer kilómetros hasta nuestra primera localización, el faro de Fanad, todavía en el norte de la isla, y la verdad, para nada en camino de a donde queríamos ir por la tarde.

La verdad es que parecía que el tiempo jugaba de nuestra parte, cuando montábamos en el coche empezaba a llover, y cuando salíamos, paraba. Desde que salimos del hotel hasta el faro nos llovió constantemente, incluso durante momentos que era para parar el coche al lado de la carretera y esperar a que parase. Pero nada más llegar al faro el sol apareció tímidamente detrás de las nubes y la lluvia paró.

Fanad Lighthouse

Fanad Lighthouse [Canon 5D Mark II con Canon 50mm f1.8 mark II. Toma sacada a IS0100, f11 y 1/80 seg. Trípode y disparador remoto utilizado]. © David García Pérez 2014.

La zona del faro la tienen bastante vallada con carteles que indican claramente que no es posible pasar. Lo cual deja las posibilidades de encuadre un pelín limitadas. Exceptuando para nuestro intrépido Alex, que a costa de volver con sus posaderas completamente mojadas, consiguió llegar a un punto que daba un pelín más de juego.

Después de esta tranquila sesión fotográfica fue cuando nuestros temores se confirmaron, íbamos más que justos de tiempo para llegar al hotel, conseguir que nos diesen algo de cenar, y de paso explorar la zona para un posible amanecer el día siguiente y, si cuadraba, hacer unas cuantas fotos de atardecer. Así que todos de vuelta al coche y a ponerse hacer kilómetros, con calma pero sin pausa.

Llegamos con el tiempo justo al hotel, dejamos las cosa y parecía que la suerte nos acompañaba, dado que había un restaurante de comida rápida al lado (todavía estábamos con la impresión de Irlanda del Norte, dónde la densidad de restaurantes por kilómetro cuadrado es más baja que en Irlanda). Un par de cosillas al estómago y a ponernos a explorar las diferentes localizaciones.

El tiempo al anochecer no nos acompañaba para hacer las fotos. Las nubes de lluvia nos habían seguido hasta este sitio, así que simplemente después de mirar varias zonas decidimos una esquina concreta para fotografiar al día siguiente.

Twelfe Bens

Twelfe Bens [Canon 5D Mark II con Canon 17-40mm f4L. Toma sacada a IS0100, f11 y 0,3 seg. Trípode y disparador remoto utilizado]. © David García Pérez 2014.

No teníamos mucha esperanza para el amanecer, temíamos unas intensas nubes de lluvia, que aunque no lloviese, tapasen por dónde salía el sol y no nos dejasen hacer la foto buscada. Lo que sí no nos esperábamos era salir y no ver ni una sola nube en el cielo. Ahora nuestros temores eran los contrarios, nos iba a quedar un cielo un pelín soso !Si es que nunca llueve a gusto de un fotógrafo de naturaleza!

Llegamos a la zona que habíamos escogido, y después de distribuirnos un poco por que salíamos en los encuadres del uno al otro, empezamos a jugar con composiciones distintas usando unas estelas de avión que empezaban a pillar el color del amanecer. La suerte que tuvimos es que en el momento más oportuno, los montañas conocidas por Twelfe Bens ó Twelve Pines tenían unas simpáticas nubes encima, junto con un lago que a ratos hacían que estas se reflejasen en él.

También en ese momento tuve un problema. Debió aumentar la humedad y el polarizador se me empañó completamente. No hubo forma de hacer que se desempañase, tanto que la solución fue dejarlo en la mochila y rezar a que la lente no hiciese lo mismo.

Este día decidimos cambiar un poco la rutina habitual que teníamos. En vez de ir a dormir unas horas antes de volver a recorrer un poco más la zona por la mañana, decidimos acercarnos a la Abadía de Kylemore, que estaba a unos 20 minutos y le quedaba como una hora para seguir estado a la sombra de una ladera. Dado que no había muchas nubes en el cielo ahora era el momento de hacer la foto o dejarla para nuestro próximo viaje a Irlanda.

Kylemore Abbey

Kylemore Abbey [Canon 5D Mark II con Canon 50mm f1.8 mark II. Toma sacada a IS0100, f11 y 1/30 seg. Trípode y disparador remoto utilizado]. © David García Pérez 2014.

La abadía pasó a lo largo de su historia de las manos de tres grupos de personas. Construida como un castillo personal por un medico londinense en el siglo XIX, fue después vendida a los duques de Manchester, los cuales, por problemas de deudas de juego, la pondrían a la venta, siendo esta comprada por una grupo de monjas que escapan de Bélgica durante la primera guerra mundial, a principios del siglo pasado. Desde ese momento hasta ahora sigue en posesión de las monjas, junto con los extensos terrenos alrededor de ella.

Después de recoger las cosas y dar otra pequeña vuelta por la zona, tocó poner camino a uno de los platos fuertes de nuestro viaje. Camino a los acantilados más famosos de toda Irlanda.

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