Mi despedida de la Isla de Skye no fue afortunada, volví a intentar de nuevo el amanecer en Heast, y de esta vez si que encuentro la zona que me había indicado Dave, pero la suerte no acompaña. El motivo principal de la fotografía, las Five Sisters están completamente tapadas por nubes, y la cosa no promete mucho, tanto que no vais a ver ninguna foto de ese amanecer.
Vuelta a la rutina (¿no estáis cansados de que os cuente lo mismo artículo tras artículo?), dormir otras cuatro horas, levantarme, y bajar a desayunar. Dave y Ann ya estaban allí para despedirse, que claro, como no podía ser de otra forma, nos llevó como 2 horas de charlas sobre fotografía, naturaleza y la vida en general. De paso, indicándome donde debería parar para intentar conseguir alguna foto de camino a Glen Coe, último destino de mi ruta antes de volver a Barcelona a la rutina diaria.
Por el camino fui parando en varios punto que me había indicado Dave, desde puntos de carácter histórico como Glen Shiel, donde ocurrió la última batalla entre escoceses y ingleses (con españoles por medio), pasando por puntos donde se podían hacer alguna que otra foto interesante, hasta terminar con alguna recomendación de donde parar a comer por el camino.
Entre Skye y Glen Coe.
Después de unas horitas de coche, me aproximo a Glen Coe y la cosa ya empieza a prometer. Después de hacer checking en el albergue donde iba a dormir estos dos últimas noches, toco empezar a reconocer la zona.
Las montañas escocesas no son muy altas, al menos las de esta zona no pasaban de los 1000 y poco metros. Pero desde luego, teniendo en cuenta que te encuentras alrededor de ellas casi a nivel de mar, y salen casi como champiñones para arriba, la sensación de inmensidad es bastante grande. A parte de esto, que creo que ya lo comenté anteriormente, Glen Coe te lleva a esa imagen que puedes llegar a tener de Escocia, esos grandes terrenos verdes, sin muchos árboles y completamente salvajes.
Después de revisar la zona de Loch Bâ (que ya no se puede considerar Glen Coe dado que pertenece a la región de Rannoch Moor), donde tenía pensado hacer el amanecer el día siguiente, me dirigí a la ladera de Buachaille Etive Mòr. Esta es una de montaña que destaca sobre las de su alrededor por su forma piramidal, y ya de paso un oportuno río pasa a su lado con un bonita cascada con la que fotografiarlo.
Y aquí, al lado del rio Etive, tuve uno de esos momentos que le alegran la vida a cualquier fotógrafo de paisaje. La mejor posición para hacer la foto ya estaba ocupada por un señor mayor, con su trípode de madera, y su cámara Linhof Technika, la cual nunca había visto en funcionamiento. Mientras esperaba haciendo algunas fotos a su lado, pensando que el encuadre donde él estaba era ideal, me deleité viendo como trabajaba. Se ponía una sábana por encima mientras ajustaba la composición a través de su vidrio esmerilado (no sé si es esta exactamente la traducción de ground glass dentro del ámbito fotográfico), después media la luz con un medidor externo, ajustaba apertura y tiempo de exposición en la lente, cebaba el obturador, y metía una placa en la cámara lista para ser expuesta. Y en este punto se puso a esperar, igual que yo miraba como se movían a una velocidad increíble las nubes sobre la montaña, y impacientemente estaba esperando el momento en que todo se cuadrase, mientras espantaba midges de su cara. Mientras echaba pestes y juraba por la bajo, seguía comprobando con el medidor que la luz no hubiese cambiado mucho. Hablamos un rato y cuatro placas después se da por vencido. Las nubes no se quieren poner detrás de la montaña como a él le gusta y toca el momento re recoger los bártulos y marcharse a otro lado. Después de despedirnos, llegó mi momento de aprovechar el hueco donde él había puesto su trípode.
Etive River.
El lugar elegido para la puesta de sol era Loch Etive, el sitio en sí no es que sea muy interesante, a no ser que tengamos una puesta de sol de estas espectaculares con explosión de color, y estaba claro que mi suerte de los días anteriores no había cambiado. Unas bonitas nubes grises continuas, sin nada de textura, y con una ligera lluvia. Aquí no había mucho que hacer así que decidí regresar para dormir tranquilamente y ver si mi último día traía mejores cosas. Pero la fortuna debía tener pena por mí, y en mi camino de vuelta al albergue me encuentro de bruces con una manada de ciervos.
Esquivo ciervo mirando de reojo a malvado fotógrafo.
Paro el coche, pillo cámara y 70–200, que era lo más largo que tenía, subo ISO y juego un rato haciéndoles algunas fotos a lo lejos. Más de recuerdo que otra cosa, por qué obviamente se nota que lo de fotografiar bichos no es lo mío, y estos en concreto no les hizo mucha gracia ser fotografiados, intentaban mantenerse todo el rato a una distancia que mi 70–200 no les pudiese hacer una buena fotografía. Pero me alegraron el, hasta el momento, aburrido atardecer.